domingo, 25 de noviembre de 2018

Las cicatrices del bosque

Cuando vivía en la Sierra Mariola yo tenía un lugar especial en mitad de un bosque. Un templo dedicado al númen de la sierra y a los Hijos del Pueblo Oculto que allí habitan.

Un arbol inclinado a modo de arco era el umbral que tenía que transpasar para adentrarme en la espesura, una entrada al otro lado del Cerco. Matas olorosas de tomillo y espliego me recibían con su aroma cuando pasaba entre ellas camino al sanctasanctórum, un altar situado a los pies de un pino, justo en el centro de un círculo de pinos que elevaban sus copas altivas hacia el cielo. Una piedra plana en el suelo hacía las veces de altar y entre esta y el arbol había un agujero donde depositaba las ofrendas. Escondida en una oquedad del propio arbol, había una figura de la Dama tallada por mí en un trozo de corteza de pino.




Allí, descalza o sentada sobre mis talones, meditaba, realizaba mis ritos y allí tuve mi primera visión del Pueblo Oculto hace muchos años. Allí me sentía como en casa.

Cuando ví que se avecinaban problemas gordos en mi vida supe que estaría alejada un largo tiempo de aquel lugar, así que me despedí de Ellos, los Hijos del Bosque, sin saber cuando podría regresar.

Lidié con problemas de salud y personales importantes y estuve alejada año y medio de aquel lugar que tanta paz me transmitía.

Hoy, después de mucho tiempo, mi pareja me ha podido llevar allí (está bastante apartado). Yo esperaba que, después de tanto tiempo y tras lluvias torrenciales y vientos fuertes, aquello habría cambiado.

Pero no imaginaba que tanto...

Ya no había rastro del arco que marcaba la entrada, habían árboles talados por los humanos o derribados al suelo por las incleméncias del tiempo. Justo donde estaba el altar un arbol carcomido partido en dos había caido dentro del círculo de ramas que delimitaba la "zona sagrada".

Aquel rincón hermoso ahora es un lugar lleno de pinos talados o derribados a medio pudrir, los matorrales y las setas han colonizado el lugar donde antes me sentaba a meditar o a comulgar con los Antiguos, con la Dama, con la Madre Mariola. Ahora es un templo en ruinas.






En todo ese tiempo de ausencia ambos habíamos cambiado mucho, el bosque y yo. Mi corazón se ha enduerecido y curtido y al bosque lo han mutilado.

Sentí que aquello era un adiós definitivo a aquel lugar. Dejé mi agradecimiento, mis disculpas y mis últimas ofrendas y recogí la estatuilla de la Dama, que ahora está en mi altar doméstico, en mi casa de Ilici, como un vínculo invisible más allá de las distáncias. No se trata de un abandono. No me va a resultar posible volver a ir allí por motivos personales y de accesibilidad al lugar. Ambos, el bosque y yo, tenemos muchas cicatrices que curar.

1 comentario:

  1. Es una pena cuando uno encuentra un lugar acogedor, y este se pierde o cambia para mal. Lo has pasado mal tu y el bosque... Que cosas tiene la vida. Espero q si algún día tienes una casa con jardín puedas plantar una semilla de esos pinos que dejaste atrás. Sería muy bonito;)

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