miércoles, 21 de junio de 2017

MARGINANDO A LA MUERTE



Circula por televisión un anuncio sobre los seguros de vida que cierta compañía aseguradora vende. Dicho anuncio me molesta bastante, porque refleja la hipocresía de esta nuestra sociedad para con la Muerte. Explica cláramente para qué sirve un seguro de vida y cuándo se aplica (por lo general, cuando quien lo contrata, muere). La característica de este anuncio es que la palabra "muerte" y derivados aparece censurada de modo que, cuando el narrador va a decirlas por necesidades evidentes, aparecen unos dibujos animados cantando.

Puede parecer inocente y hasta puede restarle cierta crudeza que si el narrador dijera "...algún día todos hemos de morir". Pero el caso es que en nuestra supertecnificada forma de vida, la muerte no debe ser nombrada.

La muerte y lo relacionado con ella se censura, se evita hablar de ello porque causa incomodidad. No negaré que la muerte de un ser querido es algo devastador (aunque el paso del tiempo acaba por suavizarlo). Pero tratar de negar la propia mortalidad, pretender borrar la muerte de un plumazo en el seno de una sociedad es algo contraproducente y hasta peligroso para nuestra psique.

Nuestros antepasados vivian codo con codo con la muerte: la gente caía como moscas por las guerras continuas, por hambruna debido a una mala cosecha, por una gripe o una infección, por parir, por malas condiciones higiénicas; se tenían muchos hijos, pero por lo general eran pocos los que llegaban a adultos...
Antiguamente la gente se moría en su casa, rodeada de los suyos. La muerte de un miembro de la comunidad era un hecho que acercaba entre sí al resto; los vecinos iban a presentar sus respetos a la familia, las mujeres ayudaban en lo que podían (preparando guisos y refrigérios, asistiendo a la familia en el lavado y amortajamiento del cadaver) y en definitiva la casa del difunto conocía un ir y venir de vecinos y amigos que arrimaban el hombro en esos momentos tan duros. En algunos lugares (como Galicia) hasta se hacían banquetes comunitarios, donde el alcohol ayudaba a dercargar la pena en forma de risa y cierto aire festivo (véase "danza do abellón")

Hoy en día normalmente la gente se muere en la aséptica habitación de un hospital. Las familias están solas en el hecho de llevar adelante ese trago amargo que es la muerte de un ser querido; se ocultan las lágrimas "para no parecer debil", se suprime el llanto en la falsa idea de "ser fuerte para los demás". Todo se maquilla y se camufla, el entierro se hace lo más rápido posible y en la intimidad más hermética. Ya no se comparte el dolor con los más allegados para hacerlo más llevadero. Y mostrar un atisbo de reconciliación con la muerte en forma de cierta alegría por el cese de sufrimiento (sobretodo si la muerte ha sido tras una larga batalla contra el cancer) o cuando el recordar alguna gracieta del difunto nos arranca una carcajada, es visto como deslealtad para con el muerto ("hay que estar triste y sufrir obligatóriamente", es lo que se espera de todos).

La sociedad, en su afán para deshacerse de la Muerte,  ha perdido las estrategias necesarias para afrontarla sin que esto conlleve un duelo patológico (aquel que dura más de dos años y se prolonga en una vida llena de recuerdos punzantes como cuchillos).

Es de sobra conocida la leyenda de Gilgamesh, aquel fiero guerrero sumério que quedó traumatizado y horrorizado con la visión de un gusano saliendo del cadaver de su amigo, el otrora invencible guerrero y enviado de los dioses, Enkidu. Hay muchos Gilgameshes actuales por ahí, tratando de alargar la vida humana más allá de lo biológicamente posible para así tratar de vencer al más terrible enemigo del todopoderoso ser humano: la Muerte.


El """""rey de la Creación""""" está tán borracho de su propio poder y dominio sobre la faz de la Tierra, que teme por encima de todas las cosas su propia desaparición. Parece que la gente solo piensa en la muerte cuando está a las puertas de la vejez (otra archienemiga a combatir encarnizadamente), cuando le diagnostican un cancer o cuando se le muere alguien muy cercano y querido.
Esa ilusión de "vida eterna" que tiene la gente muy joven se hace evidente cuando algunos de ellos se lanzan a toda velocidad sobre una moto por una carretera, cuando beben alcohol hasta caer en coma  y en definitiva cuando tientan a la Dama Oscura de un modo u otro.

El Bushido (el código de caballería de los samurai japoneses) encomendaba tener la propia muerte siempre presente con el fin de apreciar más la propia existencia y prepararse para una muerte decorosa. ¿No resulta paradójico?. Pensar en la muerte para darnos cuenta de la brevedad de la vida y en consecuencia sacarle todo el jugo posible. Muchos enfermos terminales, conscientes de su inmimente final, pueden darnos a tod@s una buena ración de sabiduría al respecto.

La Muerte es algo lejano porque se la reprime, como en el anuncio. Creemos erróneamente que tenemos la eternidad por delante y entonces la existencia se vuelve vacía de contenido.

Recuerdo un programa donde dos personas, separadas por una mampara, contaban a la cámara sus ilusiones en la vida. Una de las personas era un/a enferm@ de cáncer, pero la otra persona no lo sabía. La persona sana comenzaba a hablar de viajes, coches, dinero...
La persona enferma comenzaba hablando de puestas de sol, de abrazos, de compartir los últimos momentos con alguien especial, con el milagro de la curación...y era entonces cuando la otra persona (emocionada, por cierto) se daba cuenta de que los viajes, coches y dinero no valían, en el fondo, una mierda.

Imaginad por un momento el colapso ambiental que se produciría sin la muerte: seres etérnos en un planeta de recursos finitos.

Si hoy vivimos un promedio de 75 años y la mayoría los vivimos "como zombies", de forma automática...imaginad con una eternidad por delante.



Yo abogo por abrazar a la Muerte, por acostarnos con la Dama de la Guadaña. Aceptarla en nuestra vida, hablar de ella como si fuera una vieja amiga, en vez de perder tiempo repudiándola. Llorar cuando tengamos que hacerlo, admitir que, a veces, el dolor nos supera y que eso no nos hace débiles, pero sí puede hacernos más sabios. Enfadarnos con el muerto si hace falta. Hablar del dolor por el hijo muerto con nuestros allegados, sin reprimir las lágrimas; poco a poco darse tiempo y permiso para rehacer nuestra vida. Reirnos en familia, sentados a la mesa, con una foto del abuelo muerto en una repisa presidiendo la escena, recordando sus anécdotas, sus "palabros" raros...tras haberle dado sepultura...
Abogo por aceptar que no somos inmortales.

La risa puede ser una valvula de escape extraordinaria para catalizar y canalizar el dolor. La risa mueve unas energias curativas muy poderosas, que pueden sernos útiles para elaborar nuestro proceso de duelo y evitar que el dolor se enquiste para siempre en nuestra psique. No hay nada deshonroso en reirnos cuando, en mitad del funeral, recordamos el careto de la abuela sin su dentadura postiza puesta. Decidamos vivir sacándole jugo a la vida. Si es cierto que ellos nos ven desde el otro lado del Cerco ¿no es ese el mejor homenaje que podemos darles? ¿acaso la automortificación innecesaria va a hacer que vuelvan de la tumba?.

Para dejar paso a lo nuevo, para que exista una renovación, lo viejo debe morir.
Los ancianos dando paso a las nuevas generaciones; la procreación renueva el ADN de los individuos.
Viejas pautas de conducta y/o de pensamiento que una vez nos funcionaron, pero que ahora no hacen sino entorpecer nuestro desarrollo personal deben morir para dejar paso a otras formas de pensar que nos permitan adaptarnos y crecer en esa nueva etapa en nuestra vida.
El Rey Roble y el Rey Acebo mueren y se turnan en la Rueda del Año, del mismo modo que Atecina muere al comienzo del invierno y renace en primavera.


3 comentarios:

  1. La mjerte como consejera, la mjuerte a un brazo de distancia cómo decia Castaneda, eso te hace que vovas cada momento de forma plenamente consciente.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por compartir esto! espero subas mas artículos sobre la wicca, saludos!

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado, y cuanta razón tiene. Un saludo.

    ResponderEliminar