jueves, 11 de mayo de 2017

EL INICIO DEL VERANO


Ayer por la tarde fuí al parque al salir del trabajo. Allí tengo dos lugares especiales donde "descargarme". Uno escondido entre las plantas y palmeras, donde puedo descalzarme, apoyar mi espalda contra el tronco de una palmera, las manos sobre el césped y dejarme hipnotizar por el canto de los mirlos (que a veces se me acercan un poco, cuando me quedo inmovil al meditar). El otro está cerca de unas charcas donde, en estas fechas, croan las ranas.
Como estaban los aspersores en marcha, me dirigí al segundo rincón (y así evitar ducharme antes de hora). La sombra de un arbol me recibió con su fresco abrazo. A los pocos segundos, las ranitas iniciaron su concierto. Un sonido familiar, que me acompañaba en las noches de mayo, cuando vivía en Alcoy y que ahora me acompaña también en mi nueva ciudad. Esa noche había luna llena y ya se palpaba en el ambiente la energía del inicio de la Estación Luminosa, el inicio del Verano.

Y como cada noche, al acabar de cenar salí a caminar por la parcela sin más luz que la que me proporcionaba la noche. Unas nubes se habían ido formando en el cielo por la tarde y ahora no se veía la luna. Pero podía percibir su fuerza a pesar de ello.

Esta mañana he ido al pinar que hay cerca de casa para celebrar la llegada del Verano; salí temprano de casa para evitar las horas de más calor y mis pies me acabaron llevando al lugar.

Descalza sobre las agujas de pino caídas, con las manos apoyadas en el suelo, aspiré el aroma de pinar tán familiar para mí. Permanecí sentada, sumida en una profunda meditación, hasta que me fusioné con el entorno. Volví a sentir de nuevo esa conexión con el territorio, que creía perdida hacía algún tiempo atrás, cuando dejé mi tierra natal, mi sierra madre. Algo ancestral y salvaje despierta en mi interior; entiéndase lo de salvaje, no como algo brutal o violento, sino algo instintivo y natural. Todo parece magnificarse y se percibe cada forma de vida que te rodea; hasta los arboles bullen de vida debajo de esas cortezas muertas en apariencia.

Un Festín Rojo puso el colofón al encuentro, antes de regresar, agradeciendo a los Antiguos, los moradores del bosque, por aceptar mi presencia en su território. Y por aquella celebración muda, pero intensa.

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