lunes, 2 de diciembre de 2013

El barrio más tranquilo del pueblo...

Hoy he asistido al funeral de un familiar. Y entre tantas muestras de dolor y afecto he reparado en unas cuantas cosas. Incluso en momentos duros sigo observando, percibiendo las cosas y aprendiendo.

La primera es que la muerte, más que separar, une. Tras una muerte, los vivos se apiñan para superar el dolor, para fortalecerse mutuamente y para disfrutar de la muta compañía, porque saben que ellos algún dia morirán también y el tiempo que queda es para disfrutar de lo que aún se tiene.

La segunda es que en mi familia la muerte se vé como un proceso muy natural. Tenemos la costumbre de incinerar a nuestros muertos, depositar las cenizas en el lugar que ellos prefireron y luego nos reunimos los más allegados para ir a comer juntos, con la misma actitud que si el difunto estuviese vivo en carne y hueso acompañándonos. Si hace falta se ríe, si hace falta se bromea. Sí, incluso en un funeral se puede reir y bromear sin sentirse culpable por ello, porque se siente la compañía del que se ha ido y porque el hecho de que se haya ido no implica tener que amargarse la vida. Porque la vida sigue para quienes nos quedamos, porque sabemos (instintivamente) que el muerto nos está viendo y no quiere vernos tristes por su culpa, sino felices y unidos. Para que se pueda quedar en paz allá donde esté, sabiendo que su familia está bien. Sin cargas ni culpas.

Caminando por el cementerio me da la impresión de estar visitando un barrio, con sus bloques de viviendas, sus calles, sus jardines e incluso sus bancos para sentarse.
Es un lugar que me transmite mucha paz. El barrio más tranquilo del pueblo. Podría imaginarme a los habitantes arreglandose ("emperifollándose") para salir a pasear por esas calles, bajo esos cipreses centenarios. Como lo hacemos los vivos. Solo que ellos no hacen ruido. Pero su presencia es real, se puede sentir con otros sentidos, con el alma, si sabemos prestar atención. Si los tenemos presentes, no con resentimiento ni amargura, sino con el sosiego del recuerdo de los momentos compartidos.


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